martes, 27 de febrero de 2018

Sobre literatura: Blackie Books



Hace tiempo que quiero hablar de una editorial que descubrí hace unos meses, a finales del año pasado. Se llama Blackie Books y su foco se encuentra en libros que se alejan del panorama comercial.  Esta editorial ha recopilado antiguas publicaciones como El incongruente, de Ramón Gómez de la Serna (Madrid,1888 -Buenos Aires, 1963), que fue publicado por primera vez en 1922.
Además, ha dado paso a nuevos autores, convirtiéndose James Rhodes en la estrella principal de las publicaciones que ofrece esta editorial. De él hablaré más adelante. Antes, quiero aclarar que Blackie Books no tiene demasiados prejuicios con los géneros ya que reúne ensayo, narrativa y literatura infantil (nueva edición de Pippi Calzaslargas, de Astrid Lindgren).
  
Prohibido Nacer.
Memorias de racismo, rabia y risa.
(Trevor Noah)



Este es el primer libro que leí de Blackie Books, trata sobre las memorias infantiles de Trevor Noah, el cómico sudafricano de Daily Show, la serie cómica americana emitida por Comedy Central, que parodia los programas informativos. Podría decirse es un ensayo tragicómico, porque a pesar de la vida dura que esta estrella de la televisión vivió durante su infancia, es capaz de tejer su pasado cayendo en la ironía y evitando el exceso de drama.
En este libro, Trevor detalla su infancia y adolescencia en Johannesburgo. Hay momentos claves en la historia, como su percepción del mundo cuando Nelson Mandela salió de prisión, ese momento en el que todos creían que esto supondría un gran paso para la etnia negra de Sudáfrica.

- Mi madre me quería tanto, que tuvo que tirarme de un coche en marcha para que huyera.
 - Mi padre me quería tanto, que cuando paseaba conmigo lo hacía por la vereda de enfrente, sin mirarme.
- Mi padre era suizo, muy blanco.
 - Mi madre era xhosa, muy negra.
 - Y, según las leyes del apartheid, por ser de razas distintas tenían prohibido hacer el amor.
- Pero al parecer lo hicieron... porque nací yo.
 - Lo peor que podía haber hecho.

Mi valoración del libro es puramente positiva. Lo leí rápido porque es muy ágil y no especialmente extenso. Trevor tiene un carisma difícil de abandonar. Nunca lo he visto en la televisión, en su programa, así que no sé si realmente es un gran cómico, lo que sí puedo decir es que su libro me ha gustado mucho.
No puedo hablar de Trevor sin mencionar a su madre. Prácticamente el libro es un elogio a ella. Y si esa mujer es la mitad de fuerte y valiente en la vida real que en el libro, ya es una auténtica heroína.
Recomiendo esta lectura porque desde mi punto de vista es interesante y la manera de expresarse de Trevor consigue transmitir ese positivismo en un mundo racista y clasista. Nos muestra una visión sobre la parte marginal vivida en Johannesburgo, además de aportaciones informativas sobre la sociedad, como referencias a diferentes tribus y la endogamia entre ellas.

Instrumental
Memorias de música, medicina y locura.
James Rhodes



Como ya he comentado antes, James Rhodes (Londres, 1975) es el autor estrella de Blackie Books. Este es el libro que estoy leyendo ahora, y para ser sincera es bastante duro, ya que, en él, el autor explica los abusos sexuales que sufrió durante años en su infancia. Este hecho le causó diversas secuelas psicológicas, de manera que a raíz de ello tuvo problemas mentales, físicos y desorden alimenticio.
Como he dicho, es bastante duro. De hecho, conocí este libro antes que Prohibido nacer, pero he retrasado su lectura hasta estar segura de que realmente me apetecía leerlo. Todavía no lo he acabado, pero de todos modos es interesante.

Me violaron a los seis años.
Me internaron en un psiquiátrico.
Fui drogadicto y alcohólico.
Me intenté suicidar cinco veces.
Perdí la custodia de mi hijo.
Pero no voy a hablar de eso.
Voy a hablar de música.
Porque Bach me salvó la vida.
Y yo amo la vida.


Fugas
O la ansiedad de sentirse vivo
James Rhodes



Este libro todavía no lo tengo. Lo incluyo en la lista para explicar que el próximo jueves el autor va a realizar una presentación de este libro en la librería Casa del libro en Barcelona, e intentaré asistir. También intentaré tenerlo antes, o quizás me lo compre allí.


Estos son los libros que creo que hasta el momento destacaría de Blackie Books, aunque hay otros títulos que quizás acabe leyendo, como Te están robando el alma y Muerte con pingüino.





domingo, 18 de febrero de 2018

Relato: El mejor modo de vida


¡Hola a todos! ¿Qué tal va vuestro domingo?
No sé por qué los cuentos de hadas son tan susceptibles de versionar, el caso es que me he dado cuenta recientemente de la cantidad de relatos urbanizados que se me ocurren con todas esas princesas.
La primera entrada de mi blog fue Caperucita roja, y después seguí con otros cuentos.

Caperucita roja: Érase una vez

También tengo en el cajón a Alicia y a Blancanieves, pero ya llegarán.
Espero que os guste el relato.
¡Y que conste que de pequeña me gustaban las películas Disney!



El mejor modo de vida

Había una vez una Sirenita que perdió la voz para gustarle a un hombre. Pero no era un hombre cualquiera, se decía la Sirenita, era un príncipe, de esos capaces de romper hechizos, de los que matan dragones con tan solo empuñar su espada y los alejan de tu vida, esos a quienes las brujas, las envidiosas, nunca podrán vencer.

Este es mi mejor modo de vida, se decía la Sirenita, los príncipes no hospedan maldad en su corazón, ni egolatría. Cada paso que dan lo hacen por ti, cada palabra, cada gesto, no es más que el producto de una preocupación mayor. O eso dicen.
Pero como la Sirenita no tenía voz, no podía explicarle al Príncipe todos los hechos que le generaban cierta inquietud, algunas palabras incorrectas en momentos poco adecuados.
Ante la confusión de la Sirenita, el Príncipe fue directo. No me gusta que nades sola porque el mar es peligroso, dijo el Príncipe, lo hago por ti, porque me preocupo y porque te quiero. Me malinterpretas.
La Sirenita recapacitó. Los príncipes eran buenas personas, y el suyo mató a la Bruja por ella. Pero, ¿era realmente una bruja? Empezó a dudar. Lo que ocurría era que el Príncipe no soportaba a esas mujeres que se acercaban solas al fondo del mar, con todos los peligros acechando. ¿Cómo no iba a ser una bruja?

Este es mi mejor modo de vida, se dijo la Sirenita. El Príncipe jamás la humillaría a propósito. Era ella que no comprendía sus bromas. O eso le dijo el Príncipe.
Pero como la Sirenita no tenía voz, no podía explicar todos los actos que le dolían.
Te estoy llamando, ¿por qué no me contestas? Le había dicho el Príncipe. La Sirenita se había despistado, pero ¿tan grave era? El Príncipe estaba exagerando al respecto. Algo de ella no le había gustado, quizás sólo había vuelto de mal humor de su día de caza, y su cabreo había dado paso a una manifestación exagerada.  Esto fue lo que pensó la Sirenita.
Todas las Sirenitas sois malvadas, le dijo el Príncipe con un rencor que nunca supo adivinar de dónde venía, ¿No asesinaban a los hombres en la Isla del Sol? Suerte que el pobre Ulises se pudo defender de ellas.
Pero como la Sirenita no tenía voz, no pudo decirle que La Odisea sólo era una historia inventada por alguien a quien le convino en ese momento perjudicar a las sirenitas.
Pero los príncipes no albergaban maldad. Eran entes dirigentes que brillaban donde el resto palidecía.
Maté a la Bruja por ti, le recuerda el Príncipe, ¿No era envidia lo que sentía ella? Yo te salvé.
Y la Sirenita recapacitó. ¿Cómo no iba a ser una bruja si se había enfrentado a un príncipe? O eso decía él. Las brujas eran malvadas.
Aunque también decía que lo eran las Sirenitas.
La Sirenita se agobió, pero como no tenía voz, no podía desahogarse. Además, empezó a tomarse las palabras del Príncipe como un ataque. Pero él no tardó en ofenderse, y volvió a alegar una mala interpretación de la Sirenita. Él nunca dijo que las sirenitas fuera malvadas. Ella se había confundido. ¿Cómo iba a decir eso? Con todo lo que la quería.

Este es el mejor modo de vida, se convencía la Sirenita. No hay nadie mejor que el Príncipe para mí. ¿Qué iba a hacer sola? ¿A dónde iría?
¿Dónde pretendes nadar, si no sabes? Le dijo el Príncipe.
Pero como la Sirenita no tenía voz, no pudo replicar. Así que para no molestar al Príncipe la Sirenita dejó de nadar. ¿No era eso el amor? Con todo lo que el Príncipe había hecho por ella, ¿no podía devolverle, al menos, ese favor? ¿Qué es el amor sin un poco de sacrifico?

Este es el mejor modo de vida, ¿no? se decía la Sirenita. El Príncipe jamás la controlaría por maldad. Si pretendía saber dónde nadaba era porque se preocupaba por ella. El Príncipe precavió un enfado, y cayó en la excusa más trillada. Quizás la había oído por ahí.
Yo sé cómo son los hombres, dijo, sé cómo piensan, y por eso me preocupo por ti, trato de defenderte de ellos.
La Sirenita no acabó de entender estas palabras. ¿Qué piensan? ¿Son un peligro? ¿Quieres decir que tú también eres así?
Pero no, él era un príncipe, debía der ser el único hombre honrado. Con todo lo que hizo por ella.
Y como la Sirenita no tenía voz, no pudo quejarse cuando le apetecía nadar un poco más y llegar más tarde a casa. Había abandonado el mar por él, su vida anterior estaba allí, entre corales y por supuesto, entre tiburones, pero era su vida y la echaba de menos.
Poco a poco le invadió una terrible sensación de pérdida. La mujer que fue empezó a convertirse en un recuerdo que parecía estancado, como la espuma que flotaba en la orilla del mar.
Pero el del Príncipe era un amor acérrimo, nacido del corazón, y por eso, sólo le bastaba una mirada de ella para percibir el desconsuelo. ¿No te basto yo?, le decía él, ¿Cómo quieres nadar sola, si no sabes? ¿Qué harías sin mí?


Este es el mejor modo de vida, se decía la Sirenita. El Príncipe le había comprado un vestido rosa, acampanado a los lados y brillante en los bajos. Un vestido de princesa.
Resultaba sospechoso que el regalo hubiera venido después de un disgusto.
No hace falta que camines sola por el castillo, la regañó el Príncipe, yo te acompañaré. Y si no puedo, la mujer de mi hermano, una auténtica princesa, lo hará por mí. Pero no hace falta que vayas sola.
Es que quiero ir sola, pensó la Sirenita. No lo dijo, porque había perdió la voz. Pero el Príncipe conocía sus pensamientos.
¿Por qué quieres ir sola?, cuestionó él, ¿Qué maldad cruza por tu mente? Quizás haga yo lo mismo. ¿Qué me ocultas para querer ir sola? 
La Sirenita se puso a llorar, porque claro, no podía hablar. Pero el Príncipe supo consolarla.
Lo hago por ti, te quiero y me preocupo, no quiero que te ocurra nada malo, y tú me malinterpretas, ay, pobrecita, pobrecita…y le acarició la cabeza.
Y así, la Sirenita tuvo un vestido nuevo.
Qué regalos te hago eh, dijo el Príncipe, con todo lo que hago por ti, y tú no me valoras.

¿Este es el mejor modo de vida? se preguntó la Sirenita. Empezó a sentirse como a una inútil, ¿cómo no iba a ser una inútil, si cambió la voz por un hombre? Si fuera la Bruja se defendería. Pero la Bruja nunca perdió su voz por nadie, y el Príncipe la mató porque esas mujeres que nadaban solas, ya se sabía… ¿qué buscaban? La Sirenita empezó a entender que quizás la Bruja no la envidiaba como el Príncipe aseguraba, sólo lo odiaba a él.
Como la Sirenita no podía hablar no pudo defenderse cuando el Príncipe le preguntó dónde iba con dos conchas como sujetador. ¿Pero no era lo que había llevado siempre? La conoció así, con dos conchas y una cola de pez.
¿A quién quieres provocar? La acusó el Príncipe, ¿A los tritones del mar? ¿A los campesinos del pueblo? ¿Tan baja tienes la autoestima que necesitas vestirte así para llamar la atención? Te regalé un vestido y no te lo pones. Ese regalo te lo hice porque te quiero.
La Sirenita pensó que la Bruja jamás se callaría ante un comentario tan terrible como aquél. Pero la Bruja tenía voz. O la tuvo, porque él la había matado.
Las brujas son mujeres envidiosas, y por eso viven amargadas, había dicho él, son unas agresivas que odian a los príncipes.

No creo que este sea el mejor modo de vida, pensó la Sirenita.
Quizás debería volver al mar con su familia y sus amigos. ¿Pero qué hará? Si no sabe nadar. Eso es lo que le dijo el Príncipe. Y los príncipes no mentían. Sólo se preocupaba por ella, porque el mar era peligroso y él pretendía cuidarla. Era ella, que malinterpretaba sus intenciones.

Un príncipe siempre será un príncipe.


domingo, 11 de febrero de 2018

Sobre literatura: libro de cartas y postales de Jane Austen


¡Hola a todos! ¿Qué tal va vuestro domingo? Hoy voy a escribir sobre un libro que me regalaron en Navidad y que tenía muchas ganas de tener desde que conocí su publicación apenas un mes antes: el libro de Cartas de Jane Austen, edición conmemorativa del bicentenario (1817-2017).

Antes de empezar, diré que todavía no me he leído el libro y, de hecho, creo que lo haré poco a poco, a ratos, por las noches. Es un libro de tapa dura que contiene casi 800 páginas, así que llevarlo en el metro es impensable.


Lo bueno de Instagram y de seguir a tantas personas que leen es que me mantengo al día de todas las novedades. En el blog también me ocurre, pero la de Instagram es una información mucho más vertiginosa. Y ahora, me sucede lo mismo con la página de Tarro-libro de Facebook. Hasta aquí la parte positiva del asunto. Lo malo es que cada día conozco nuevas novelas y voy a necesitar dos o tres vidas para leer todo lo que me gustaría. O eso, o aprender a no dormir. Pero como las ojeras no me sientan bien y no creo en reencarnaciones, tendré que conformarme y empezar a priorizar.

En fin, no me enrollo más y voy a lo importante:

La relevancia del papel de Jane Austen en la literatura recae en ser una de las primeras escritoras cuando solo los hombres se dedicaban a ello. En ese sentido, hay que agradecerle que abriera el camino a las que llegaron después y soportar críticas machistas como “esa vieja solterona”. Jane Austen nunca se casó, y en esa época no había mayor estigma para la mujer. Toda esta presión social se refleja en forma de crítica en sus obras, con personajes como Elisabeth Bennet, en orgullo y prejuicio, que siendo considerada “fea y lista”, tiene pocas opciones de conseguir un buen marido.  


Cuando el libro de Cartas de Jane Austen se editó empecé a verlo por todas partes. Tenía una portada preciosa y muy buenas opiniones. Lo había publicado la editorial dÉpoca, por el bicentenario de la muerte de la autora, que nació en Steventon el 16 de diciembre de 1775 y murió en Winchester el 18 de julio de 1817. Yo no conocía la editorial, pero al ir a cotillear sus publicaciones en la web, descubrí que, como particularidad, realiza unas portadas preciosas. Ejemplos de estas portadas tan bonitas son Cortejo en la catedral, de Kate Douglas Wiggin y Asesinato en Charlton Crescent de Annie Haynes, el cual no tardaré en leer.



Mi madre tendrá muchas virtudes, pero hacer regalos decentes no es una de ellas. Por suerte, ha desistido, así que cada año, cuando se acerca mi cumpleaños o los Reyes me pregunta ¿qué quieres? Lo sé, pierde toda la magia, pero a estas alturas casi lo prefiero. 
También me lo pregunta para el detalle que solemos regalarnos en Navidad, así que, cuando me preguntó qué quería le dije: el libro de cartas y postales de Jane Austen. Creo que le sonó un poco raro el nombre tan largo, y entonces me dijo: vale pues cómpralo tú y ya te doy el dinero, que me agobia bajar a Barcelona en Navidades, y de paso le compras un jersey a tu hermano (menos magia todavía). Cuando fui a buscarlo, estaba agotado en todas partes, así que lo encargué por Amazon y me lo mandé al trabajo. Casi no me llega para el 24, ¡pero esa es otra historia!

Ya he dicho que el libro es un tocho. Recoge 161 cartas repartidas en 748 páginas, que a su vez están divididas en seis partes de manera cronológica y geográfica. La mayoría están destinadas a Cassandra Austen (su hermana mayor).
También contiene un epílogo llamado Tras los pasos de Jane Austen que es una biografía de la autora muy centrada en un recorrido geográfico por varias zonas de Inglaterra, como por ejemplo Bath. Para acabar, encontramos un apéndice cronológico de la vida de la familia Austen.
Como veis, el libro es bastante completo, y también incluye un set de postales que contienen citas de sus obras.


 Lo bueno del libro, desde mi punto de vista, y una de las razones por la que lo quería tener es que resulta una manera de acercarse a la autora como persona. No es lo mismo leer una de sus novelas que las cartas que ella mismo escribió a su hermana. Este libro es mucho más humano y real.


lunes, 5 de febrero de 2018

Relato: Hojas de color salmón



¡Hola todos! ¿Cómo ha empezado la semana??
Hace varios días vi la foto de cabecera en el perfil de Instagram de una chica rusa que sigo. Se llama Hobopeeba y sus fotos me gustan mucho porque contienen cierto aire de fantasía romántica. Nieve cayendo, colores dulces y mucha Plaza Roja de Moscú.
El caso es que la imagen me gustó tanto que me inspiró para escribir un relato. No quería utilizar la foto sin su permiso, pero tampoco usar otra diferente, porque la que me había inspirado era precisamente esa.
¿A que es bonita?
Así que le escribí a la chica y le pregunté (en inglés) si podía utilizar la imagen para la cabecera mi blog. Me respondió un par de días después un escueto Yes, hi. Lo cual me hace pensar que o bien es una chica muy ocupada, o no se ha enterado de lo que le he dicho. En fin, voy a aferrarme a ese Yes, hi para autoconvencerme de que me ha dado permiso. Además, le dije que la nombraría en el blog y que indicaría que la imagen es suya, y es lo que estoy haciendo.
Por otro lado, siempre intento participar en El tintero de oro, pero no hay manera de conseguir un texto que encaje en cuanto a tamaño. Siempre me excedo. Así que a ver si la próxima vez puedo.
De momento, aquí dejo el relato que me ha inspirado la imagen de Hobopeeba (Kristina Makeeva).

Hojas de color salmón

“Un hilo rojo invisible conecta a aquellos que están destinados a encontrarse, sin importar tiempo, lugar o circunstancias. El hilo rojo se puede estirar, contraer o enredar, pero nunca romper” (Leyenda japonesa sobre el amor y el destino)

Cada tarde, a las cinco, Marcos aparece puntual en la puerta del instituto. Se ha comprado un coche nuevo, uno de esos familiares con algo incorporado llamado control de crucero adaptativo que todavía no sé muy bien qué es. Dice que, ahora que queremos tener familia, necesitamos un coche grande. Yo no creo en esa necesidad, al fin y al cabo, ahora vivimos lejos de la ciudad, y desde casa hasta cualquier punto del pueblo no hay más de veinte minutos caminando. Pero no seré yo quien le robe la ilusión. Es un detalle por su parte que venga a buscarme al instituto, y aunque no lo considero necesario, finjo agradecimiento. En el fondo sé que no es más que un modo amable de pagar su culpabilidad, después de todo, lo hemos abandonado todo por su trabajo. Pero ahora no puedo quejarme, nadie me obligó a aceptar la nueva vida. Así que cada día, a las cinco en punto, salgo por la puerta de profesores, junto a Cati Cantó, la profesora de mates cuyo nombre me provoca cierta gracia por la consonancia. Es una señora pequeña y menuda que viste pantalones ajustados y botas altas. Si no fuera porque se acerca a los sesenta, diría que parece un jockey. Nos despedimos, y me dirijo al coche nuevo de Marcos. Él me ayuda a guardar el violín en el maletero, y dice: qué bien nos va el coche, así puedes guardar tus cositas. Mis cositas son mis instrumentos de música. Al menos podría utilizar otra palabra. Quizás no ha notado que tus cositas conlleva un acusado gesto despectivo, como si fuera un pasatiempo que me entretiene. No le digo que me ofende, Marcos lo hace con buena intención. No hay persona más inocente que él en el mundo. Pero la realidad es que empiezo a odiar ser la profe de música del pueblo. Y a veces le odio a él. Pero ahora no sería justo quejarme, ya lo he dicho antes, nadie me obligó a aceptar esta nueva vida.
Marcos y yo vivimos en una calle diminuta y sombría llamada Paseo de los besos. Es curioso porque allí solo hay viudas mayores y solteros. Yo quería comprar una casa junto a la Plaza de la Vila, cerca del árbol de las hojas color salmón, pero Marcos se negó. Él quería vivir en la antigua casa de sus abuelos, aunque ésta tuviera una proporción desgarbada, más alta que ancha. Así que ahora mi hogar es una casa de piedra que tiene cinco plantas. En la entrada hay un lavabo pequeño y antiguo que tuve que limpiar de moho por miedo a coger una infección. En la segunda, dos dormitorios adolescentes. En la tercera el comedor con un pequeño balconcito de rejas y una cocina de fogones. En la cuarta, el dormitorio de matrimonio con un desvencijado armario empotrado que espero que no me lleve a Narnia un día de estos. En la quinta está el desván, dónde cuidé hasta que se marchó volando a un gorrión herido que encontré en el suelo el primer día que llegué a este pueblo. Por las noches, si me despierto con ganas de ir lavabo, me da miedo bajar hasta la planta baja. Todo es demasiado agreste y desproporcionado. Marcos dice que no hay lugar más seguro en el mundo que el pueblo en el que vivimos.
–¿Qué va a ocurrir en un pueblo? – me dice.
Yo respondo que todos los lugares son seguros hasta que dejan de serlo.  A veces pienso que ojalá ese armario sí me lleve a Narnia. Lo que sea con tal de salir de este lugar.
Un inicio fascinante para el resto de mis días.
¿No?

Preferiría que Marcos dejara de lado esa actitud lastimera. No necesito su compasión, ni que me anime. Pero él es bueno, y lo intenta. Quiere que yo sea feliz para que nos amoldemos pronto al pueblo y todo encaje a la perfección. Así nuestra decisión habrá sido acertada. Y todos estaremos contentos. Como unas castañuelas.

Hoy es una noche especial, porque algunos chicos del instituto van a representar en la Plaza de la Vila una obra de vampiros que ellos mismos han escrito. Leí el guion en el aula de profesores, y me pareció entretenido. Han colocado sillas plegables alrededor de la tarima, y han repartido pastitas de canela. Marcos y yo nos hemos sentado a una distancia prudencial de la tarima, en la terraza de uno de los pocos bares que hay alrededor. Sobre nosotros los flecos de plásticos adornan la plaza. También hay farolillos verdes y rojos. Reconozco que el trabajo por parte del instituto ha sido impecable.
Y entonces miro hacia el otro lado de la plaza, justo donde ésta acaba y las calles solitarias se pierden en la oscuridad. Ahí está el árbol de las hojas color salmón.  Hay algo brillante a su alrededor, no sabría decirlo. Es como una luz entre tanta opacidad. Marcos debe de darse cuenta de que me abstraigo y me llama.
        Olvídate de ese árbol.
        ¿Por qué? Me gusta.
        ¿Que te gusta el árbol?
        Sí, es bonito.
        Tú hazme caso y no te acerques.
        ¿Le ocurre algo?
        Nada – dice Marcos –. No importa, pronto lo talarán.
        ¿Por qué?
        No te preocupes por eso ahora.
        Es que no entiendo por qué iban a talar lo más bonito que hay en el pueblo.
        Porque no es seguro.
No hace falta ser un genio para percibir que Marcos no quiere hablar del tema, pero a mí me sorprende tanto misterio. Él se acaba la cerveza de un trago, y centra la atención en la obra.

Al día siguiente un aire congelado nos invade. No estoy acostumbrada a tanta niebla, siempre he vivido muy cerca de la playa. A la hora del descanso le digo a Cati que he olvidado algo en casa y que volveré enseguida. Ella apenas tiene tiempo de responder, y se limita a asentir con la cabeza mientras me abrocho el abrigo amarillo y me coloco el gorro de lana. Después salgo a toda prisa.

Camino rápido. Sé que tengo que volver antes de levantar sospechas. Me tranquiliza saber que ese día Marcos ha salido del pueblo y no podrá encontrarme fisgoneando. No sé qué me ocurre, pero tengo la necesidad de contemplar el árbol de cerca. Bajo la calle principal y cuando llego a la plaza encuentro los restos de los farolillos y los flecos de plástico esparcidos por el suelo. Se están tomando su tiempo en lo que a limpieza se refiere. Y es en ese instante que empieza a nevar. Son las once de la mañana, pero el cielo se despliega gris y opaco. Parece que sea de noche, es como si unas nubes tenebrosas se hubieran comido al sol. Hace años que no veo la nieve. En la ciudad donde vivía nunca nevaba. Una vez, hace siete años cayó una nevada y parecía que el mundo se acababa. Los coches se quedaron tirados en la autopista durante horas, y el transporte público dejó de funcionar. Pero aquí, parece que es lo normal. No es como en la ciudad. Aquí la gente está preparada. Y lleva calzado adecuado. El mío, sin embargo, se echará a perder. Pero todo esto ha dejado de importarme. Tuerzo a la izquierda y cruzó la plaza. La nieve empieza a engancharse en las puntas de mi pelo. Cuando llego junto al árbol me doy cuenta de que ha perdido las hojas color salmón. En su lugar, los copos de nieve descansan sobre las ramas desnudas. Voy a acercarme, quizás no tendré más ocasiones de verlo de cerca.
Acaricio el troco con los guantes, y aun así puedo notar la robustez. Y entonces, ante mí aparece un chico de mi edad, no sé qué hace ahí detenido, observándome. No es del pueblo, si lo fuera lo habría visto antes. Aquí todos se conocen. Tiene el pelo ensortijado y rubio. Parece uno de esos Vikingos que salen en la serie que aún no he visto. Solo que viste con chaqueta de pana y lleva barba rasa. Me parece atractivo, y eso que siempre preferí los hombres morenos. Pero no sé quién es. Me dice algo que no comprendo. Debe de ser sueco, o ruso. O de Islandia. A saber. Tras de él se extiende una vasta explanada verde con un lago congelado a lo lejos. Hay un camión con troncos de árboles junto a una caseta roja que parece un granero. Creo me estoy mareando, o que he bebido demasiado café para la poca actividad que hay en este pueblo. No sé dónde estoy.
Doy unos pasos hacia atrás, muy perdida, y cuando recobro la compostura he vuelto a la plaza. Los vecinos pasan por mi lado sin darse cuenta de que estoy aturdida. O quizás me estoy volviendo loca. Ha dejado de nevar, y el árbol luce de nuevo sus hojas color salmón.

Me prometo a mí misma olvidarme del tema, y esa noche trato de centrarme en la lectura de mi ebook sobre alimentos que fomentan la esterilidad. Marcos dice que no me quedo embarazada porque estoy estresada, cosa que no entiende, porque no existe un lugar más tranquilo que el sitio donde vivimos ahora. Será una de esas paradojas de la vida, pienso yo.
Lo observo caminar por la habitación, hasta que se mete en la cama conmigo. Dejo el ebook en la mesita y traicionándome a mí misma le digo con fingida inocencia:
–¿Qué le ocurre al árbol?
–¿Qué le ocurre?
– No lo sé, ayer me advertiste como si fuera peligroso.
Marcos tarda unos segundos en responder. Se quita las gafas y tuerce el gesto.
– En algunas ocasiones ha desaparecido gente. Y siempre ha sido justo ahí.
–¿En el árbol?
– Sí.
–¿Ha desparecido gente en el árbol? ¿No decías que éste es el lugar más seguro del mundo?
– Si, nadie va a entrar a robarnos. Lo que ocurre es que a lo largo de la historia han desaparecido tres personas junto al árbol. Y nunca se les ha vuelto a ver. Es todo muy raro.
–¿Pero nadie sabe qué les ha ocurrido?
– No. Quizás hayan huido del pueblo. Sería lo más probable.
– O quizás los hayan secuestrado.
– Hay una teoría absurda que circula entre la gente mayor. Hablan de esa estupidez del hilo rojo.
–¿Qué dicen?
– Dicen que el árbol te lleva junto a la persona que tiene atado el otro extremo de tu hilo rojo. Sabes la leyenda, ¿no? Todas las personas estamos conectadas con otra mediante un hilo rojo invisible.
–¿Quieres decir que el árbol te lleva ante el amor de tu vida?
– Supongo, sí. Pero son estupideces. Y aunque fuera cierto no te preocupes, porque el amor de tu vida soy yo.
Marcos bromea al respecto, y me da un beso cariñoso en el cuello. Pero yo no puedo dejar de pensar en lo que he visto.
– Además, lo talarán en breve. Así que un problema menos.

Vuelvo a decirle a Cati que me he olvidado algo en casa. Ella me lanza una mirada escéptica, pero tampoco realiza un comentario al respecto.
Salgo corriendo, y bajo por la calle principal. Las manos se me congelan del frío que hace ese día, y al llegar a la plaza comienza a nevar. Giro a la izquierda y me acerco al árbol. Ha vuelto a perder las hojas y ahora su aspecto provoca cierta sensación de escarcha. Como los pescados en el mercado.
Acaricio el árbol y enseguida la explanada verde vuelve a aparecerse ante mí. Quizás debería adentrarme. Si esto es producto de mi imaginación alguien me recogerá cuando me desmaye. Doy un par de pasos y dejo atrás el árbol. Y es en ese momento cuando el chico rubio aparece de nuevo. Es terrible. Viste una camisa de franela y lleva los pantalones raídos en los bajos.
– Who are you?
Eso sí lo entiendo. Me ha preguntado quién soy. Tiene una voz fuerte, pero está tan sorprendido como yo.
–I’m Clara – le digo y me señalo el pecho como si fuera Jane. Qué patética.
Entonces me ofrece la mano para saludarme.
–Hansel– dice.
Me hace gracia que alguien se llame como el niño del cuento, pero trato de no reírme para no parecer infantil.
Hansel habla inglés, menos mal. Yo no lo hablo tan bien como él, pero nos entendemos. Me dice que hace bastante frío en esa época del año. Le doy la razón, mi gorrito y mi abrigo empiezan a ser insuficientes. Me sorprende que él lo tolere. Quizás está acostumbrado. O quizás es un vikingo de verdad, con esa fuerza de pueblo tan folclórica. No tengo ni idea de dónde estoy. Ayer pensé que podría ser Suecia o Rusia. Sólo sé que hay nieve en la punta de las montañas, y el verde del campo está marchito. Aun así, me parece un paisaje precioso. No sé de dónde viene el nombre de Hansel. ¿Es alemán? Pero no estoy en Alemania, eso lo sé. Quizás en Islandia.
Hansel me invita a entrar en una taberna que hay junto al lago. No es gran cosa, pero al menos no me congelaré de frío.
El antro tiene paredes de madera, y mesas alargadas de tablones húmedos. El camarero, un señor robusto que tiene la piel rosa como los cerditos de los dibujos nos sirve dos jarras de cerveza. Yo no tengo cuerpo para esa jarra, pero no la rechazo. Haré lo de siempre, cuando no pueda más pondré cara de pena y se la regalaré a otra persona, en este caso a Hansel.
Él me explica que trabaja en un hotel familiar, a pocos kilómetros de donde nos encontramos. El hotel es un edifico tradicional a pie de los mismos fiordos. Así que estamos en Noruega. Me dice que, aunque no lo crea, aunque ahora lo vea todo tan desolado, el turismo es elevado y el hotel da para mucho. Le digo que le creo, y que me encantaría visitar los fiordos. Me responde que me los enseñará. Esto es antes de que le explique mi aburrida vida como profesora de música. Por alguna razón omito a Marcos. Ni yo entiendo la razón. Tal vez porque si hablo de él tendré que asumir que detesto mi vida en el pueblo. Sí, debe de ser por eso. Sin embargo, Hansel no es la persona más céntrica del mundo, pero su vida me encaja más.
Sin darme cuenta me he acabado la cerveza. Me chispean los ojos y me ha invadido una risa tonta. Le digo a Hansel que debería irme.
No sé ni qué hora es, pero empiezo a presentir que me he saltado la clase con los chicos de cuarto. Acelero el paso en la explanada verde y Hansel camina junto a mí. Encuentro el árbol a lo lejos, pero algo le ocurre. Está torcido. Entonces escucho un golpe seco y el árbol se quiebra todavía más. Corro hasta él y Hansel me sigue. El árbol se está cayendo. Recuerdo que Marcos me dijo que iban a talarlo, pero no que sería hoy. Creía que estas cosas se planean de un mes para otro. Empiezo a correr, y Hansel me adelanta. Es como si quiera detener el taxi que se me escapa. Pero cuando llegamos, el árbol ya ha caído al suelo y las hojas color salmón se esparcen sobre la hierba.
No se me ocurre nada que decir, estoy tan confusa que ni siquiera tengo ganas de llorar. Me he quedado atrapada en otro mundo. O en otro lugar. Me aterra la idea de no estar ni siquiera en la misma época. Podría coger un avión de vuelta a casa, aunque ¿con qué dinero?
–Puedo enseñarte los fiordos – dice Hansel.
Un rayo de sol cae en vertical sobre su pelo y los ojos se le iluminan. Tienen un matiz verdoso sin llegar a ser demasiado llamativos.
– Vale, sí. Quiero verlos – le digo.
Y echamos a caminar hacia el hotel de su familia, al otro lado del lago. Justo donde empiezan los fiordos.