domingo, 24 de diciembre de 2017

Relato: Tu lugar en la mesa


¡¡Hola a tod@s!!

¿Cómo van las fiestas? Desde hace bastantes días no he podido casi publicar. Mi propósito de año nuevo va a ser una mejor organización, espero poder cumplirlo.
He escrito un relato navideño. Navideño a mí manera, claro :)) ¡¡espero que os guste!!!
Ya no volveré a publicar nada hasta enero, me despido de todos y os deseo una muy Feliz Navidad y un feliz año nuevo.
¡¡¡Un besoteeeeee a todos lo que me leéis!!!


Tu lugar en la mesa.

Quien inventó la navidad en diciembre debía de vivir en un lugar cálido, un lugar como El Caribe o Dubái. Un lugar de palmeras y cocos dónde jamás te invade la pereza si son más de las ocho de la tarde y el vidrio de la ventana lleva largo rato escarchado por los bordes. Y cada año es la misma historia ¿dónde voy yo en noche buena con este vestidito? ¡Con el frío que hace! Además es un frío mediterráneo, de esos húmedos, de los que aunque te abrigues con toda la ropa que encuentras en el armario, se te sigue introduciendo en el cuerpo. El caso es que sé que después se me pasará. Durante la cena entraré en calor. No es de extrañar, con tanta gente apretujada y los niños correteando de un sitio a otro. Eso sí, el camino a casa de mis padres es un suplicio.
Llego al coche en bambas (claro, los tacones son para ponérmelos en la puerta) y el volante está helado. No es que mis padres vivan especialmente lejos, pero la comodidad es la comodidad. Lo difícil será tratar de aparcar. Pero como decía Scarlett O’Hara, ya lo pensaré después. En realidad, ella decía ya lo pensaré mañana.
Mi madre no lleva bien el ser anfitriona, pero este año no ha podido escabullirse y ha recaído sobre ella el tema de la organización. Y aunque me sorprenda, se ha esmerado. Ha comprado un árbol blanco y lo ha adornado con tiras doradas y bolas brillantes. También hay algún corazón con purpurina plateada. Ha quedado muy clásico y bonito. Bajo el árbol, se acumulan los regalos. El Belén tampoco es el mismo Belén cutre de cada año. Antes, el establo tenía las marcas de nuestro perro labrador, un río construido a base de papel de plata y una estrella torcida que daba la impresión de estar apunto de estrellarse sobre los pastores. Y aunque todo esto suene a chapuza, el tamaño de las figuras era lo más escandaloso. Mi madre sólo tenía que prestar atención en ir agrandándolo de forma armónica. Pero ahora los personajes están formados por figuras uniformes. Hace años, mi hermano y yo solíamos reírnos del desastre, y colocábamos al conejo junto al pastor, que eran del mismo tamaño. Era como un pesebre mutante de animales genéticamente alterados. Hasta que mi madre se ofendió y ya no volvimos a sacar el tema nunca más.
Pero este año se ha esforzado. Ha comprado un Belén nuevo de figuras uniformes. Ya no parece que el conejo vaya a comerse vivo a un pastorcillo, ni que la lavandera pueda matar a uno de los camellos de una patada. Incluso hay un molino cuya fuerza del agua empuja las aspas. Y es agua auténtica.

Cuando aparezco en el salón algunas miradas se vuelven hacia mí. Besos, saludos, ¿cómo estás? Hace meses que no te veo...se me empieza a pasar el frío. Los minutos que siguen son una sucesión de momentos triviales y corrientes. Primos pequeños que corretean, alguien sale a fumar al balcón por respeto a la gente no fumadora y a alguna embarazada, cervezas que circulan por la mesa. De fondo, en la tele están dando Love Actually. La habré visto diez o quince veces, pero nunca me canso de ver a Rick Grimes diciéndole a Keira Knightley para mí, tú eres perfecta. Y sé que Rick Grimes es la manera en la que lo he encasillado, pero ¿qué le vamos a hacer? Y entonces llega el momento en el que alguien realiza la gran pregunta: ¿Has venido sola? Algunas personas callan de inmediato, y esto, me genera un poco de rabia. Ellos saben que he venido sola, la pregunta sobra, o quizás se debería formular de otra manera.
Pero, ¿no hay posibilidad de que os reconciliéis?, dice mi tía Carmen.
Se ha teñido el pelo de rojo cobrizo, y los rizos parecen más pequeños y a la vez voluminosos en lo alto de la cabeza. Se le ven mejor los pendientes diminutos. A decir verdad, no es el nuevo tono de pelo lo que me sorprende. Tengo la impresión de que nunca me acostumbraré a verla sin su bata de frutera. Mucho menos maquillada. No sé que lápiz de ojos ha utilizado, pero el negro se le ha corrido ligeramente en el párpado superior.
No, digo, y suena una negativa rotunda.
A lo lejos, mi madre finge que no atiende a mi respuesta. Y entonces mi tío me propina una palmadita en el hombro.
Tienes que vivir la vida, comenta.
Liam Nesson pretende ayudar a su hijastro a conseguir a la niña de la que está enamorado. Respondo a mi tío con una sonrisa forzada, aunque él no advierte que lo es. Lo hago para salir del paso y sorprendentemente, surte efecto.
Llega el momento de sentarnos a la mesa. Yo siempre ocupo el sitio a la izquierda de mi tío Samu. Me saca quince años, aunque parece que nos llevemos cinco. También tenemos el pelo de una tonalidad parecida, lo cual provoca que parezcamos hermanos. Aunque no lo reconozca, mi tío se cuida, y sus cremas son más caras que las mías. Cuando bebe vino la nariz se le pone roja y empieza a soltar refranes mal dichos, como Al mal tiempo pocas palabras bastan. Le rectificamos, le decimos que no se dice así. Además, su refrán no tiene sentido alguno. Pero él es cabezón, y se defiende basándose en su derecho de expresarse como quiera. A veces, hablar con él es como discutir si el agua moja.
Pero esta vez, cuando estoy a punto de sentarme, mi tía Carmen me dice:
Tú no vas ahí, tú vas en la mesa de los niños.
La miro, sin entender.
Siempre me he sentado al lado de Samu, respondo.
Sí, pero está vez no cabemos, y si te sientas al lado de Samu, alguna pareja quedará desequilibrada. Mejor que te sientes tú con los niños. No te importa, ¿verdad?
No veo el inconveniente a que una pareja se separase durante un par de horas. Pero mi primo Ramón se me acerca con su reciente mujer Sonia, y me gastan una broma banal en la que me piden que me vaya. Medio en broma medio verdad, pero me han echado del lado de mi tío Samu.
Ay pequeño pony, que nos separan, dice Samu.
Deja de llamarla así, interviene Ramón, que ya tiene más de treinta años.
Como todos opinan que, por temas de organización, yo no quepo en la mesa, no rechisto demasiado. Te puede gustar más o menos una democracia pero si es lo que todos quieren... El año pasado mi primo Ramón estaba sentado en la mesa de los niños. Aún no conocíamos a Sonia. Cómo cambian las cosas en un año.
Me siento en una silla plegable. Muy incómoda, pero qué le vamos a hacer.
¿Dónde está tu novio?, me pregunta Martina con una voz que parece que me esté reprochando algo grave.
Tiene nueve años y la repelencia le sale por las orejas. Tampoco es que sea repelente a lo repipi, más bien a lo entrometida. Tiene la mente dura y suelta las palabras de una manera demasiado directa. Sólo caben dos opciones con Martina. O no existe un filtro entre su cerebro y la lengua capaz de medir las estupideces que dice, o como se dice vulgarmente, se la suda todo. Sólo tiene nueve años, sí, pero no se le escapa una. Cuando nació pensé que mi prima Susana me había robado el nombre. Si algún día tenía una hija ya no le podría poner Martina, porque no me gusta repetir nombre dentro de una misma familia. Ahora la niña me ha condicionado. Odio el nombre de Martina.
No tengo novio, digo.
¿Os habéis enfadado?, utiliza ese tonillo de indiscreción.
Sí, nos hemos enfadado.
Pues muy mal, porque era muy guapo.
Puf, resolo, tampoco era para tanto, pienso. Y así me consuelo.
Mi primo Oscar le lanza un ganchito a Martina.
Cállate, y come, le regaña.
Me fijo en los platos. La parte buena de tratarse de la mesa de los niños, es que tenemos más croquetas.
¿A ti te gusta el Nestie? le pregunta Naia a Martina.
No, el Nestie es malo, le responde.
Pues Carol lo bebe.
Pues Carol hace mal.
Y, ¿tú que bebes?, me pregunta Naia.
Yo bebo vino, digo.
Y ¿eso es malo?
Las observo. Naia es guapa, tiene el pelo bonito pero obedece demasiado a Martina. La manipuladora y la manipulada, y aún no tienen ni diez años. Con el tiempo la situación será perjudicial para una y beneficiosa para la otra. Lo que se conoce como relación tóxica, y además entre primas.
Déjamelo probar, me exige Martina.
No.
¿Por qué? A tú novio le dejabas beber vino, ¿por eso ya no es tu novio?
Me estoy irritando con una niña de nueve años. Debería tratar de ser más madura.
No lo digo yo, respondo, lo dice tu madre. ¿Le preguntamos si puedes beber? No tengo claro que no te vaya a castigar.
De un trago me bebo más de la mitad de la copa de vino. Al menos Martina se ha callado y yo podré descansar. Pero mi primo Oscar, que se sienta delante de mí, me tira un ganchito.
Despacio, que te veo con mucha sed.
Dejo la copa sobre la mesa, y el contacto produce un golpe seco. Justo al lado está el vaso de Nestea de Carol.
Mi prima no come, se limita a tontear con la comida. Se me había olvidado que ella hace poco que se ha separado de su marido. No tienen hijos y ni siquiera han cumplido un año de casados. Es uno de esos casos en los que, después de diez años de noviazgo, se casan para divorciarse a los pocos meses. La generación de los adultos no lo entiende. Nosotras pertenecemos a los jóvenes, y después están los niños. El caso es que mis tíos y mis tías se sorprenden, y mis padres no difieren en pensamiento.
¿Cómo puede ser? ¿No os distéis cuenta antes de casaros?
Yo entiendo a Carol. Seguramente, ya tenía dudas antes de la boda, pero los años y la vida compartida desequilibra la balanza. Hacia el lado equivocado, sí, pero es desequilibrio igual. Resumiendo, se casó porque tocaba. Y ahora los conflictos conyugales son demasiado tensos. El caso es que él ha conocido a otra chica, pero eso sólo lo sé yo. Y ahora Carol únicamente está de cuerpo presente, pero no de alma. Parece un fantasma que no sabe ni a quién asustar.
Ei Carol, mira.
Con dos ganchitos simulo que tengo colmillos. Pero mi gesto no le hace gracia. Enseguida me arrepiento y pienso que me merezco la mesa de los niños. Desde la otra mesa, mi hermano me mira con expresión a medio camino entre la censura y la vergüenza.
¿Qué haces?, leo en sus labios.
Me encojo de hombros para evadir su comentario, e intento consolar a Carol de nuevo.
Va, Carol, anímate, trata de pasártelo bien.
Sí, claro.
¿No quieres un poco de vino?
No, no. Gracias.
Carol ha caído en el lamento de la persona abandonada: ¿por que yo? ¿Qué he hecho? Si ese día que fuimos a...hubiera actuado como... ¿Qué tengo de malo?
Yo estoy más acostumbrada, he vivido varias rupturas y sé que estos días de duelo son una inversión a futuro, sé que si estoy triste después estaré mejor. Así que mi afectación exhibida es prácticamente nula.
¿Como puedes estar tan contenta? Seguro que él esta de bajón y tu aquí bebiendo tu vino, me reprocha Carol.
Sus palabras me duelen, todos somos libres de canalizar nuestros sentimientos según nuestras preferencias.
No sé él si esta mal, quizás se ha ido de fiesta, eso no lo se. Quizás hoy estará de bajón, pero mañana será feliz. Nadie se muere por nadie.
En la mirada de Carol hay un deje de rencor. Seguramente piensa que soy una insensible por no estar lamentándome como ella. La perdono y lo atribuyo a que todavía se aferra a idea novelesca de un hombre, un príncipe, un amor.
¿Cuántas personas hay en el mundo? ¿Con cuantas podría compartir Carol esa afinidad que se siente en la etapa del enamoramiento? ¿Qué posibilidades hay de que Carlos, que vivió en el mismo barrio, de la misma ciudad, del mismo país, sea el amor de su vida? Quizás el amor de su vida está en Sudáfrica, o en Canadá. Carol solo tiene que entender que debe dejar transcurrir el tiempo.
Y entonces se escucha:
Míralas, este año las dos solteras.
Las palabras de mi tía Carmen perforan en Carol como un puñal. Y los ojos se le ponen vidriosos. Los comentarios se extienden, parece que incluso les haga gracia. Estoy a punto de gritarles a todos que no tienen corazón. Es evidente que no lo hacen a propósito, no saben lo frustrante que resulta romper una relación en la que tenias puesta todas tus esperanza. Ellos se casaron a los veinte y siguen con la misma persona, porque ya se sabe, antes todo era diferente. Pero son incapaces de advertir que Carol está sufriendo. Yo estoy mas acostumbrada, ya lo he dicho, pero ella esta sufriendo de verdad.
Ei carol, que estas muy seria, y Oscar le lanza un ganchito, que mi prima no se molesta ni en esquivar. Le da en toda la cara y cuando cae en su falda plisada, que recuerda a las animadoras si no fuera negra, yo se la expulso con las manos. Ya barreremos después.
No te preocupes por mí, me dice. En ese momento suena su móvil. De reojo veo que es Carlos. Carol tarda poco en levantarse y en encerrarse en una de las habitaciones. Permanece allí unos cinco minutos. Nadie se da cuenta de que falta. Pero para mí es como el gato de Cheshire, que está pero no está. Y yo me siento al respecto como Alicia después de ver al gato, entre confusa y acobardada. Cuando vuelve, su rostro está iluminado, creo que mis terribles sospechas se han hecho realidad. Carol parece otra persona.
Era Carlos, me dice, vamos a volver juntos.
¿Pero qué dices?, me escandalizo, te ha dejado por otra persona, ¿no le ha ido bien y ahora vuelve a ti?
No es eso. Es que se ha dado cuenta de que me quiere.
Qué va. No seas tonta, no lo perdones.
Pero Carol no me oye, se levanta y se acerca a la mesa de los adultos y algunos jóvenes. Martina y Naia están gritando mucho y casi no escucho a Carol darles la noticia. Se extienden unas risas que me llegan diferidas. Y entonces, mi tía Carmen le dice:
Ay Carol, me alegro mucho, coge la silla y siéntate aquí.
Carol obedece de inmediato. Le hacen un hueco como pueden, y empieza el interrogatorio. ¿Cuándo habéis hablado? ¿Cuándo os veréis? Entonces ¿vuelves al piso con él?
Que Carol haya obtenido el privilegio de volver a la mesa de los adultos me conmueve, pero no en el buen sentido. Es como un sentimiento de injusticia que me arde por dentro.
Y me doy cuenta. Todo es una gran mentira. La mesa de los niños, en realidad es la mesa de los solteros.
Nos están marginando, le grito a Oscar.
Pero él está jugado con Samuelet, que es el hijo de mi primo Samu. Oscar me presta una atención nula. Esas cosas ni le importan ni le afectan.

domingo, 10 de diciembre de 2017

Reseña: El psicoanalista



DATOS DEL LIBRO

Título: El psicoanalista
Editorial: ZETA BOLSILLO
Autor: John Katzenbach
Nº de páginas: 540
Género: Novela negra
ISBN: 9788496546486

Sinopsis.

Feliz cumpleaños, doctor. Bienvenido al primer día de su muerte”. Así comienza el anónimo que recibe Starks, psicoanalista con una larga experiencia y una tranquila vida cotidiana. Starks tendrá que emplear toda su astucia y rapidez para, en quince días, averiguar quién es el autor de esa amenazadora misiva que promete hacerle la existencia imposible.



Opinión personal.

Hasta los malos poetas aman la muerte”.

Empecé esta novela porque vi que mi hermano se estaba emocionando mucho con la lectura. Me refiero a que cuando me habló de ella, le faltaban pocas páginas para acabarla y estaba muy enganchado. Yo no suelo leer novelas de este género, aunque últimamente me estoy empezando a interesar por el tema. Además, el psicoanalista era un libro tenía pendiente desde hacía bastante tiempo pero que nunca me había decidido a hacerlo, siempre tenía algo mejor que leer. Ni siquiera sabía de qué trataba. Así que cuando mi hermano me empezó a explicar la historia, enseguida le pedí parara porque quería leerla yo.

La historia empieza cuando Ricky Starks , un reputado psicoanalista de Nueva York, recibe una carta el día en el que cumple 53 años. En ella, un psicópata que firma como Rumplestiltskin, lo amenaza en forma de juego sórdido: el doctor tiene 15 días para averiguar la verdadera identidad de quien envía la carta, y si no, le ofrece dos opciones, o el suicidio, o el mismo Rumplestiltskin asesinará a un miembro de su familia.
Por lo que da a entender Rumplestiltskin en su carta, es alguien de su pasado y trata de hundir la vida del doctor como él hundió la suya.

Que el psicópata firme como Rumplestiltskin me gustó bastante, porque a mí ese nombre ya me genera tensión (me da muy mal rollo, vamos). Después de todo, la novela podría considerarse una versión moderna del cuento clásico. En el cuento, Rumplestiltskin le da tres días a la Reina para averiguar su auténtico nombre si quiere volver a ver a su hijo.

A partir de aquí, Ricky empieza a sufrir una serie de accidentes o situaciones que le harán ver la gravedad del asunto y darse cuenta de que Rumplestiltskin no miente ni duda con sus intenciones.

Lo que más me ha gustado de la novela es el giro que da a mitad del libro, el cual, desde mi punto de vista, la convierte en diferente. No explicaré más detalles porque no pretendo destripar ninguna sorpresa.

El libro está dividido en tres partes, la última se llama “Hasta los malos poetas aman la muerte”. Siempre he admirado la capacidad de elegir buenos títulos para los capítulos o para la propia novela, es algo que a mí me cuesta terriblemente. El caso es que este título me gustó muchísimo.


En conclusión, el psicoanalista es una novela que me ha encantado y que he encontrado diferente y original. Tiene más de 500 páginas, pero en ningún momento se hacen pesadas. Además de enganchar, tienes la sensación de estar contemplando una partida de ajedrez entre dos personajes de inteligencia brillante.